Moral como estructura y moral como contenido en José Luis López Aranguren

El autor que más ha dado a conocer la filosofía de Xavier Zubiri, al menos desde el plano moral, ha sido José Luis López Aranguren. Él mismo llegó a decirlo: «Durante veintiocho años, yo he sido el único expositor por escrito de la ética de Xavier Zubiri, a él debo lo mejor y lo menos malo de mi ética»[1]. Catedrático de ética en la Universidad de Madrid, asiduo seguidor de los cursos orales de Zubiri y colaborador suyo en la tarea de asesorar a la editorial Taurus en sus comienzos[2], en 1958 publica su Ética, libro que se convertiría en un texto clásico de la reflexión moral española y que servirá como base en la formación de autores tales como Adela Cortina, Victoria Camps, Javier Muguerza o Fernando Savater, gracias al desarrollo que de él hará Aranguren en sus clases de la universidad. Este libro, tal y como su autor nos advierte en el prólogo, ha de ser puesto junto a la obra de Pedro Laín Entralgo La espera y la esperanza y, al igual que éste, debe mucho a la obra no impresa de Xavier Zubiri, sobre todo al curso que impartió entre los años 1953 y 1954 acerca del problema del hombre.

El punto de partida de su reflexión es la superación de todo dualismo que afectase a la moral. «Aranguren captó agudamente que las reflexiones zubirianas sobre la realidad moral no atañían a los contenidos duales: bueno-malo, honesto-inhonesto, justo-injusto, etc., con que calificamos las acciones humanas, sino algo anterior y más fundamental, a saber: a la estructura radical del comportamiento humano»[3]. Desde este principio, Aranguren se centrará en la búsqueda de una fundamentación de la ética, rechazando los formalismos «puros» los cuales considera incapaces de guiar la conducta humana en forma próxima; pero también rechazando la moral de contenidos, la cual degenera en una casuística. Frente a las éticas formales, la de Aranguren se presenta como una ética material, sin embargo la categoría de material habría que matizarla ya que no presenta contenidos, al menos de un modo inmediato, por lo que también podría entenderse como una ética formal. A esta ética Diego Gracia la ha catalogado como «ética formal de bienes», aunque Adela Cortina ha propuesto el rótulo de «ética estructurista», categoría que conviene mejor que las tradicionales «material» o «formal», «sustancialista» o «procedimental», ya que lo que propone Aranguren no es primariamente ni una forma por la que se rijan las normas morales ni unos contenidos morales extraídos de la naturaleza humana o de las distintas tradiciones, sino que busca el diseño de la estructura moral de la realidad que es el ser humano[4].

La estructura moral del hombre Aranguren la deriva, siguiendo a Zubiri, de la comparación entre la conducta animal y la humana. En el animal el ajustamiento con el medio es perfecto ya que los estímulos en él suscitan respuestas perfectamente adecuadas. El hombre comparte parcialmente esta condición, ahora bien, por la complicación y formalización de su organismo, éste no puede dar respuestas ajustadas y por lo tanto queda en suspenso ante sus estímulos. Es así que para que la vida del hombre sea viable biológicamente, éste tiene que hacerse cargo de la situación y tiene que habérselas con las cosas y consigo mismo no ya como estímulos sino como realidades. «Al animal le está dado el ajustamiento. El hombre tiene que hacer ese ajustamiento, tiene que iustum facere, es decir, tiene que justificar sus actos»[5].

La respuesta que el hombre da al medio no le viene dada, sino que tiene que darla. Para conseguir dar esta respuesta la inteligencia tendrá un papel predominante ya que será ella la que mostrará las cosas como realidades en las cuales se descubrirán unas posibilidades que tendrán que ser apropiadas para conseguir el ajustamiento. Gracias a su inteligencia el hombre se sitúa frente a la realidad, no en los estímulos, y desde esta realidad tendrá que dar una respuesta. Pero esta inteligencia es, como ya había dicho Zubiri, una inteligencia sentiente. «La inteligencia –afirmarán Zubiri y Aranguren– es constitutivamente sentiente, se hace cargo de la realidad a través de esa unidad de inteligencia y sentimiento, que no sólo es “vidente”, no sólo es capaz de ver, sino es también “posidente”, ansiosa de poseer»[6]. Es por su inteligencia por lo que el hombre se encuentra en la realidad; tiene una versión a la realidad la cual posee un carácter noérgico. «Lo esencial de este acto –acto y no acción– es ser ejecutivo, esto es, físicamente (y no sólo intencionalmente) ejecutada. Puede y debe, pues, hablarse de su carácter noérgico»[7]. Es así que «el hombre tiene una inteligencia sentiente, cuya esencia consiste en estar en realidad. Este estar en realidad tiene carácter “noérgico”, es decir, es un estar real en realidad (reduplicative)»[8]. Tal y como muestran estas citas, Aranguren es, junto a Laín, el primero que hace público el concepto zubiriano de «inteligencia sentiente» y el primero que muestra, muy tempranamente, la importancia del carácter noérgico del acto de inteligir la realidad, algo que Zubiri había apuntado en su curso oral sobre filosofía primera en los años 1952 y 1953.

El hombre, por su inteligencia sentiente, aprehende las cosas como realidades, no como meros estímulos, y por esta condición ha de habérselas con la realidad; ha de dar él una respuesta ya que no le es dada. De las distintas posibilidades que la realidad le brinda ha de apropiarse de unas y dejar otras, y esto ha de realizarlo desde la más absoluta libertad, ya que nada en él indica cuál será la respuesta correcta. Por esta razón el hombre tendrá que hacer su vida ya que no se le ha dado hecha y es así que el hombre, entendido éste desde su realidad, es estructuralmente moral ya que su vida consistirá en idear posibilidades y elegir aquellas que se juzguen mejores. Por ello la moral, lejos de tratar de deberes y normas, es un quehacer. La moral consistirá en forjar la propia realidad de cada uno, en hacerse cada uno una realidad por apropiación a partir de la realidad que cada uno posee por naturaleza. La moral será un quehacer que tiene su fundamento en la estructura moral del ser humano. La moral será una estructura. También siguiendo estos planteamientos la responsabilidad será estructural.

Ahora bien, la elección que cada un realiza en su vida aun siendo libre nunca es arbitraria. El hombre elige pero esta elección la realiza en función de algo. ¿Qué es lo que hace preferir al hombre una cosa y no otra? La respuesta que nos da Aranguren es doble. Por un lado lo que mueve al hombre a elegir es su propia felicidad. El hombre proyecta su vida y establece aquello que supondrá su plenitud, esto es, aquello en lo que se realizará su figura, la felicidad. Así el hombre actúa porque persigue la felicidad. «La felicidad es, a fin de cuentas, la meta última presente en cualquiera de nuestras acciones y elecciones, la que guía nuestras constantes e inevitables apropiaciones. La felicidad no la elegimos, sino que estamos ligados a ella, lo queramos o no»[9]. Por otro lado, el hombre se mueve por la bondad misma de la realidad. Las posibilidades de ser feliz son múltiples y de todas estas posibilidades emergen bienes, sin embargo hay bienes que conducen más que otros a la felicidad y estos bienes reciben el nombre de deberes. Por los deberes el hombre se obliga a apropiarse aquellos bienes que conducen a la felicidad; pero es la felicidad la que hace que los deberes sean debidos, y no al revés. Estos bienes más propicios a favorecer la consecución de la felicidad son descubiertos en la realidad. Siguiendo la máxima clásica, para Aranguren el bien y la realidad convergen, y será en la misma realidad donde el hombre captará esos bienes de los que se apropiará para su propia felicidad, ya que en ella distinguirá características que harán que ciertas posibilidades sean más preferibles que otras.

Todo este proceso es el que Aranguren llamará moral como estructura, el cual será la base de los diferentes sistemas morales que ha habido a lo largo de la historia, y que han llenado de contenido esta estructura. Vemos por tanto que la moral estructurista de Aranguren, aun no pudiéndose catalogar de formal, participa de los planteamientos del formalismos; eso sí, aquí no se puede hablar de un formalismo deontológico sino agathológico. «En el formalismo deontológico hablamos de la forma lógica, en el agathológico, de la estructura antropológica. […] Tanto el formalismo kantiano como el procedimentalismo “neokantiano” atribuirían a la razón –práctica o comunicativa– la pretensión de universalidad de las normas morales (no del bien moral), mientras que el formalismo agathológico, con el que dialogamos, atribuye tal pretensión de universalidad a dos polos: la estructura constitutivamente moral del hombre y la bondad de la realidad. La razón, por su parte, tendrá el papel ulterior de configurar los contenidos concretos»[10].

El ser humano elige atendiendo a aquello que considera que le conducirá a su propia felicidad. Esta afirmación ha sido una constante en toda la reflexión moral a lo largo de la historia; nadie ha puesto en duda que el hombre actúa movido por el deseo de alcanzar la felicidad y que lo hace movido por unas convicciones internas. Ahora bien, aquello que el hombre considera como mejor no significa que sea lo moralmente correcto o lo bueno. Se precisa de unos parámetros que sirvan como guía de la acción, de un contenido que canalice esta necesidad humana de alcanzar la felicidad. Vemos entonces que la moral como estructura precisa de un contenido moral al cual Aranguren llamará moral como contenido. Desde este nuevo estadio la justificación ya no consistirá en ajustarse a la situación y a la realidad, sino en el acto de ajuste a la norma ética. Esta norma que da contenido a la moral proviene de los distintos ideales que el hombre ha tenido a lo largo de la historia, los cuales han surgido de las distintas propuestas religiosas y de las diferentes situaciones sociales. Sin embargo, esta moral como contenido no puede considerarse, tal y como habitualmente se ha hecho, como la moral propiamente dicha. La moral no es cuestión de normas sino quehacer humano; las normas vendrán después, cuando el hombre ponga en marcha el proyecto de apropiación de la realidad para realizar su vida. Por ello «la moral como contenido se monta necesariamente sobre la moral como estructura y no puede darse sin ella»[11]. Partiendo de su estructura moral, el hombre tendrá que buscar, idear y elaborar aquellas normas morales que le permitan del mejor modo posible alcanzar su felicidad. Desde aquello que el hombre es, tendrá que proyectar aquello que quiere llegar a ser y obligarse a ello sin huir de la realidad sino haciéndose cargo de aquello que en ella descubre, el bien.



[1] J. L. Aranguren, «Antropología: moral, saber y fe en Zubiri», YA, Madrid, 26-nov-1986, p. 28.
[2] Cf. J. Corominas y J. A. Vicens, Xavier Zubiri. La soledad sonora, Taurus, Madrid, 2006, p. 570 y p. 589.
[3] G. Marquínez Argote, «Ética, estética y pedagogía desde Zubiri y más allá de Zubiri», Cuadernos de Filosofía Latinoamericana, 56-57, 1993, p. 15.
[4] Vid. A. Cortina, «Una ética estructurista del carácter y la felicidad. (Perfil zubiriano y aristotélico de la ética de Aranguren)», Isegoría, nº 15, CSIC, Madrid, 1997, pp. 96-98.
[5] J. L. Aranguren, Ética, (1ª ed., Revista de Occidente, Madrid, 1958), Alianza, 9ª ed., Madrid 2001, p. 48.
[6] A. Cortina, «Una ética estructurista del carácter y la felicidad», op. cit., p. 101.
[7] J. L. Aranguren, El protestantismo y la moral, (1ª ed, Sapientia, Madrid, 1954), Obras Selectas, Plenitud, Madrid, 1965, p. 282.
[8] J. L. Aranguren, Ética, op. cit., p. 87.
[9] A. Cortina, «Una ética estructurista del carácter y la felicidad», op. cit., p. 103.
[10] A. Cortina, «El formalismo en la ética y la ética formal de bienes», en AA.VV. Ética día tras día, Trotta, Madrid, 1991, p. 109.
[11] J. L. Aranguren, Ética, op. cit., p. 50.